Para la revista tijuanense Diez4, un artículo sobre las instituciones que utilizan la muerte como el remedio para su propia muerte.
INSTITUTO MUERTE
B es una asesina de
gatos callejeros. Destina un porcentaje de su sueldo comprando guantes,
jeringas, anestesia, veneno, bolsas para los cadáveres, contenedores de
material quirúrgico; además de un porcentaje de su tiempo, investigación, de
hacer y recibir llamadas que le informen a dónde acudir para sacrificar a las
crías no deseadas; hay que sumar la ropa que desecha, los gastos de pasajes y
médicos para prevenir enfermedades, tanto de los gatos como de los lugares
abandonados y sucios a los que va; el esfuerzo que hace para atrapar a los
animalillos, más toda la serie de eventos en torno a una labor altruista de
éste tipo.
Cuando me platicaba
sus anécdotas, no dejaba de pensar que era una especie de Dra. Muerte de los
gatos, y con una frialdad cínica al estilo Swift, le recomendaba que los hijos
de los gatos desahuciados debieran ser el alimento de los gatos que no podía
atrapar y quedaban vivos. Tanto más, que buscara una manera de utilizar los
cadáveres gatunos vendiendo su piel, sus órganos, que al disecarlos podía
recuperar algo del dinero o que se inventara una especie de pata de gato de la
suerte para venderlos en el mercado de Sonora, en la Ciudad de México. Ella,
acongojada, intentaba ignorar mis comentarios, y era claro que su actividad le
provocaba displacer, poco le satisfacía esa misericordia, que era infeliz al
ver morir en sus manos a los gatos; no obstante se consolaba diciendo que «es
más cruel dejarlos abandonados, que sacrificarlos…».
B. sabe que matar a
los gatos callejeros no es una solución al problema. Que al sacrificarlos no
mitiga su propio vacío. Pero sin otra alternativa inmediata, lo considera un
asunto de principio para con los animales, a los que tanto amor les profesa, y
en la paradoja, se los demuestra matándolos. Admiro su coherencia,
determinación y el valor de lo que hace, a diferencia de otra institución que
utiliza la muerte como altruismo llamada USSA.
USSA es ONG donde
niños o veteranos con discapacidades y/o problemas graves de salud, son sacados
de lo «mundano del hospital, las curaciones y gastos médicos» para cazar
animales. Según dicen, es un «mecanismo de esperanza, alegría y curación». Los
voluntarios «llenos de amor» llevan «verdadera paz» en su Winchester para matar
osos, venados o patos.
La idea de hacer una
ONG de la muerte, surge de la «felicidad» que le provoca a una niña cazar y
seguramente que su madre le vea una sonrisita psicópata, al poner su bota sobre
un alce al que previamente le disparó. Ésta organización para moribundos, ve el
peligro que es gastar energía en aquello que le provoca su pesadumbre y en vez
de llorar, ríe (la definición de Freud del humor).
Sin embargo, para
olvidarse de su enfermedad, aun siendo moribundo o veterano de guerra, no hay
necesidad de utilizar armas, como si la hay para hacer sufrir al otro. Más
bien, tendrían que aceptar lo que no pueden aceptar: se van a morir, y cazar
animales no resolverá su angustia ni miedos, como tampoco beber la sangre de un
animal los hará inmortales.
USSA le da una
escopeta a una niña de ocho años con cáncer. La hace respirar aire fresco,
acechar y dispararle a un venado. Si la intención de USSA es liberar a las
personas de lo «mundano del hospital, las curaciones y los gastos médicos» podrían
llevarla a Disneylandia, introducirla a un mundo fantástico y que las fotos con
Tribilín la hagan soñar que está libre de la quimioterapia, los vómitos y con
una cabellera tan rubia como la de una princesa. Es posible que Mickey Mouse le
haga desprenderse de lo vacío de su existencia, de su muerte próxima y así aferrarse
a lo efímero de la ilusión pensando que su vida es un sueño, como lo hace un
sádico.
Más que proveer
«esperanza y alegría» suena como aquellas bromas que intentan hacer reír a la
gente y terminan en tragedia; como la urna que simula tener vida expulsando las
cartas introducidas. Usted mete su carta al buzón y ésta es expulsada por una
persona que ocupa el interior de la urna. La broma sale bien algunas veces y es
acompañada con risas enlatadas, hasta que a alguien no le gusta ser víctima la
broma, ni de una urna de correo viva y, en lugar de meter una carta, introduce
una pistola con la que dispara tres veces.
Con USSA no resulta
complicado pensar una tragedia. Un niño con VIH podría utilizar la escopeta
contra su persona, hacerle el favor a su amigo agonizante. O confundir a
su padre con un antílope, pues en la fantasía de acechar al otro, se eleva el
deseo siniestro de verlo todo devastado. Lo mismo en el deseo de ver la muerte
propia suprimida y compensarla destruyendo un pato.
En el caso de un
veterano de guerra, el mal suena a farsa si se piensa en el remedio. Si fue la
guerra quien le provocó un tremendo estrés postraumático, por ejemplo, cómo se
les ocurre que la «cura» para sus agonías mentales sea acechador a una presa, dispararle,
ver sangre y por fin cargar el cadáver. ¿No son circunstancias similares las
que le provocaron dicho trauma? ¿No es el cazador el que tiene la certeza de
observar el sufrimiento del otro y así recordar aquello que le causó el trauma?
No nos hagamos.
Cazar, (el eufemismo de asesinar por deporte, igual que la tauromaquia), es una
muestra de sadismo. Quizá fue la guerra el motivo de su imposibilidad al tener
una relación satisfactoria; que sus inclinaciones sean tan exóticas y su deseo
tan grande, que no pueda llenar el «huequito» que necesita llenar. Es probable
que no puedan deshacerse de su energía sexual con pajas, (no me sorprendería
que condenaran la prostitución y pornografía) y por ello se refugian con el
sufrimiento de otros. Es posible que no tengan caos en su mente, pero sí la
necesidad de mostrar violencia sin más contenido que la violencia y reprimiendo
las experiencias sexuales. Podrían, ya de plano que justificar la caza,
diciendo que mataron en defensa propia al pequeño cervatillo caníbal y al
terrible conejo zombi al estilo South Park.
Algo común en las
actividades del sádico, así como en las del cazador y el torero, además de la
satisfacción que les provoca matar, es el ritual. Como en una homilía se ciñen
de un atuendo, un fuete, una escopeta, las banderillas… elegidos
específicamente como parte del protocolo religioso. Mostrar el recuerdo de la
victoria sobre la víctima, es otra cosa que tienen en común. Mientras un
asesino se lleva gotas de sangre, el cazador muestra las cabezas en su casa o
al animal disecado. Un torero da la vuelta al ruedo mostrando las ojeras y rabo
ganados. Mucho se habla que el goce de la caza y la tauromaquia están en la
caminata por el bosque y en la faena, entonces ¿para qué matar?
A USSA podría
sugerirle como lo hice con B., que si están tan malitos los niños y tan
enfermos los veteranos deberían cazarse entre ellos. Si el fin es matar a
alguien que de todos modos morirá ¿cuál es la diferencia? ¿Dónde está el
problema? ¿Cuál perdida? ¿Por qué habría que pensar que el humano es más
importante que una codorniz o un caracol, tanto más, si hablamos de humanidad
moribunda? ¿Por qué no crear un circo romano entre desahuciados? ¿Por qué no
darle de comer los muertos a media África devastada por la hambruna o a los leones
del zoológico?
Ésta frialdad
cínica, sólo es un perdigón más de la muerte asistida, con mucha adrenalina y
diversión como deporte extremo añadidos. No obstante, lo interesante del ser
humano es que tiene la capacidad de discernir y tomar las medidas necesarias
para conservar su vida y la de otros. Este modo de venganza contra la
enfermedad, matando animales, no soluciona su muerte, puesto que la muerte no
es un problema al que haya que buscarle solución, simplemente, todos moriremos.
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