Publicado en Replicante, con un título genial, elegido por el editor, que hace más tragicómica la narración...
INFAMIA TRAS LAS REJAS
Vida cotidiana en una cárcel de la Ciudad de México
Algunas de las
prácticas iniciáticas que se llevan a cabo por los presos en los reclusorios
rayan en lo tragicómico. Éstas varían o dependen de los centros de reclusión
puesto que no son normas, aunque posiblemente se sigan a lo largo de Centro y
Sudamérica pues las condiciones execrables de los penales, así como la pobreza,
la sobrepoblación, el narcotráfico y la corrupción en todos sus niveles son
problemas que comparten países y gobiernos.
INGRESO Y CANTÓN
Los internos (eufemismo para preso, reo, encarcelado, “entambado”) controlan la
mini-ciudad de cabo a rabo: limpian, hacen la comida, la reparten y la venden
—cuando hay—, dirigen, pagan, extorsionan. También fungen como sistema
operativo en lo que concierne a las actividades propias del gobierno, es decir,
hacen las funciones de los servidores públicos: archivan, son secretarios,
coordinadores, manipulan bases de datos y documentación oficial del gobierno y
de otros internos. En suma, el personal que “gobierna” sirve para firmar, hacer
llamadas al exterior y poner la cara en caso de algún inconveniente.
Al ingresar a
la “cana” —sinónimo de reclusorio— el canero debe pelearse con otro interno
para medir fuerzas, nivel de sagacidad, de violencia o de disposición al
sufrimiento, en el caso de que no se defienda. Es una medida arbitraria que
permite saber hasta qué punto el nuevo interno puede o no ser manipulado,
cuánta capacidad tiene para recibir o rechazar órdenes y evaluar qué tan
diestro es para los golpes. A menos que tenga conocidos (miembros de un cártel
o pandilla, sea agremiado, familiares, vecinos y amigos) o la posibilidad de
pagar puede librarse de esta prueba inicial; no obstante, será ya acreedor a
una extorsión continua durante el resto de la condena o por algún periodo.
Al pago por
seguridad se le añade el pago por pase de lista de cinco pesos, que cobran los
custodios y se paga de una a tres veces por día dependiendo del penal. De este
pago ningún interno se libra.
En toda
estancia siempre hay una “mamá del cantón” (el líder), que considera los
pormenores relacionados con el cantón. Este líder se elige a sí mismo, aunque
en ocasiones se le elige por su veteranía, por sucesión generacional, por el
delito cometido o por los medios que utiliza para movilizar a “sus chavos”.
Suele ser un interno experimentado y gozar de status y beneficios. Nadie puede
negarse a obedecer sus órdenes.
La “jefa del
cantón”, como también se le denomina (aunque no es raro encontrar autoridades
femeninas en los reclusorios, con el fin de que el interno sienta un apego
emocional a un símbolo de la figura materna), designa quién, cuándo, cómo e,
incluso sin base en un porqué, se hace la limpieza o “fajina”. Aunque el lugar
nunca suele estar limpio, al menos no en un sentido práctico, hay que hacerla
con el fin de maquillar los hedores de las personas que viven ahí, de eliminar
los piojos, prevenir enfermedades o recoger los restos de comida que suelen
atraer a roedores y alimañas. Además, en la mayoría de las estancias se cocina,
come y se almacena alimentos en un lugar cuyas medidas oscilan entre los seis
metros de largo por tres de ancho y donde viven de seis a diez personas.
Asimismo, la
jefa del cantón es la persona que suele poner “orden” en un lugar donde hay
recelos, egoísmos, diferencias económicas, robos y venganzas, además de
alegrías, tristezas y pulsiones. Dispone de la última palabra cuando un interno
desea ver televisión y otro consumir drogas o alguien más quiere leer o
escuchar música o tan sólo dormir. La jefa tendrá que ser responsable pues una
riña puede desatar conflictos graves inclusive a partir de una situación
insulsa o cotidiana.
CASTILLO DE
GRAYSKULL
A los cantones,
cuya población va de las diez a las treinta personas, se les llama “el castillo
de Grayskull”. Ahí se duerme en conflicto eterno por las pertenencias y la
falta de espacio: dos o tres en cada camarote de cemento, otros más en el
“sarcófago” o “féretro” (el piso, debajo del primer camarote), alguien más
sobre el escusado (ha habido casos en que alguien duerme sobre un recluso
sentado en el escusado, “de a caballo”), sobre la garrafa de agua, sentados en
el piso uno delante del otro (como en el juego de las “cebollitas”).
Finalmente, están las “gárgolas”: con las piernas y manos afuera de la reja que
cierra la estancia pero el tronco dentro de ella. El primero duerme en la parte
baja con las nalgas en el piso, otro amarrado sobre el primer tubo horizontal
que sostiene las barras verticales de la puerta, con las nalgas en el aire, y
hay ocasiones en que un tercero literalmente pende del tubo horizontal que
atraviesa la reja en la parte superior. A otros se les hace un “capullo” con
las cobijas y son postrados contra alguna pared con la intención de que no
caigan al piso durante el sueño —si es que pueden dormir.
Algunas
estancias presentan un asunto más complicado. En algunas habitan de 35 a
cincuenta personas en una sola habitación. No hay camarotes, así el espacio se
“optimiza” para esa cantidad de gente. Viven hacinados de pie, por lo que es
prácticamente imposible dormir. Así que de día, cuando se abre la celda, se
puede ver a los “vagabundos del reclusorio” caminando con su costal o una
cobija sobre los hombros. Cuando se tiran en algún lugar para dormir los demás
internos suelen gritarles al oído o patearlos para despertarlos, les hacer
bromas pesadas como echarles agua u orines. Eso los convierte en parias,
improductivos y con nulas posibilidades para cumplir los requisitos que dispone
el gobierno (escuela, trabajo, actividades culturales, deportivas o
comerciales, ver al psicólogo, etc.,) para la pre-liberación.
En una estancia
con 45 personas es complicado, si no imposible, satisfacer las necesidades
básicas durante la noche, ya sea ir al escusado o simplemente descansar.
Añádase a todo eso el hedor, la opresión, el tedio, el estrés, el cansancio, la
situación límite de su condición, el miedo y las consecuencias físicas y
psicológicas de permanecer en pie tantas horas, por no hablar de que muchas
veces se está al lado de un psicópata, un violador, un asesino o simplemente
alguien que no se ha bañado durante días. Esto multiplica las enfermedades,
trasmite piojos blancos de un tipo especial que sólo existen en los
reclusorios, más los que el vagabundo recoge durante el día al dormir en el
suelo, en el pasto y los que ya viven en su cobija. La institución no provee
los elementos básicos para la higiene de los internos: jabón, pasta y cepillo
dental, duchas; en ocasiones no hay agua ni luz. Sin dinero para cubrir estas
necesidades el lugar se vuelve más hostil e insalubre; sin agua las incrementa
y, sin luz, lo que hace funcionar las resistencias para preparar los alimentos
o hervir agua las triplica.
Durante la
primavera y el verano se exige el “ventilador”, que consiste en una persona que
se quita la camiseta para agitarla en el aire y refrescar así a los otros. Si
está cansado se exige que cambie el nivel de velocidad o se decide cambiar de
ventilador durante la noche.
Otras de las
prácticas populares dentro del penal es el “cobijazo”, esto es, cubrir con una
manta a un interno mientras otros lo golpean). Otra es la de “terrorear”: ser
amedrantado porque otros internos consideran denigrante, amoral e incluso
“inhumano” el delito que cometió, haciéndolo sufrir hasta que alguien “cumpla
misión”, la orden para asesinar o continuar “terroreando” hasta que sea
transferido de prisión o puesto bajo custodia 24 horas. La “chinera” es causar
un desmayo presionando la carótida; el juego de Poliana, o las “inflas”, que es
retener el aire en la boca inflando las mejillas mientras otra persona las
golpea, que aunque parezca un juego insignificante puede llegar a sangrar las
encías y con el tiempo debilitar los dientes o la mandíbula, en caso de ser muy
fuertes los golpes recibidos.
Los internos
están mezclados y conviven entre sí personajes que han cometido delitos graves
con otros que sólo se robaron un celular, una cerveza o que es un “pagador”
(que está en el reclusorio por culpa de algo o alguien más). Asimismo, pueden
convivir en el mismo dormitorio enfermos mentales con personas de sano juicio,
sicarios y sus gatilleros, violadores, psicópatas y ladrones de poca monta.
Espacios que originalmente
fueron diseñados para ser comedores han sido adaptados como dormitorios, donde
pernoctan los vagabundos, lo mismo que instalaciones como estancias de visita
conyugal que son utilizadas por los criminólogos y psicólogos para cumplir sus
funciones laborales.
ADMINISTRACIÓN
MATA-RATAS
Administrativos
que laboran en los penales tienen a mano hojas o servilletas para matar a las
cucarachas que recorren las paredes. Sobre todo en los reclusorios grandes las
cucarachas rondan muy cerca de las personas, se suben a las piernas e incluso
se desplazan por debajo de los pantalones. Lo mismo sucede con piojos y otros
insectos perniciosos, los que se transportan a casa después de la jornada, la
cual, para custodios u otro personal puede ser de turnos de 12 x 24 o 24 x 24.
Éstos duermen en habitaciones y con servicios especiales designados para ellos.
En estos casos la convivencia con los “pillos” —como los llama el personal
administrativo— es inevitable y el lenguaje, el comportamiento, los gestos y
actitudes, el estrés laboral o los problemas familiares se mezclan con los
asuntos de los internos. Hay ocasiones en que alguien del personal
administrativo termina sosteniendo relaciones sentimentales o sexuales con
internos(as), muchas veces en secreto.
El personal que
labora en los reclusorios tiene que hacer uso de su ingenio para cubrir las
exigencias de los altos mandos, aun con la falta de recursos como papel,
computadoras, impresoras, líneas telefónicas, máquina de fax e instalaciones en
condiciones deplorables. Hace algunos años una plaga de ratas azotó la
Penitenciaría del Distrito Federal (de Santa Martha Acatitla). Para erradicarla
los administrativos crearon una campaña que consistía en regalar despensas a
las personas que entregaran la mayor cantidad de ratas, las que además trepan
por las paredes, son muy grandes y no tienen miedo al hombre. Debido a la
insuficiencia de despensas se comenzó a pagar un peso por cada rata muerta. Los
internos llenaban tambos. Se eliminó la campaña por falta de recursos, por lo
que se comisionó a los internos a cumplir con esa tarea. Sin embargo, no logró
cumplirse el objetivo de erradicar a los roedores, ni siquiera con la presencia
de una banda de chinos que se comían a los gatos y a las ratas dentro del penal
—aunque los gatos sí desaparecieron.
@internoreno
La preocupación
por la situación dentro de los reclusorios llevó a unas personas a ingresar un
teléfono celular con acceso a internet y “hacer conciencia”, publicando las
anomalías del Reclusorio Norte (Reno) por medio de una cuenta de Twitter.
Autodenominado@internoreno, es probablemente el único grupo de
personas que viven en un reclusorio y envían mensajes a través de internet. Con
11,060 seguidores en un mes, fueron detectados pronto por los medios de
comunicación. Luego de
un par de videos en la red, varias entrevistas y una cantidad significativa de pormenores de la vida en prisión la cuenta se acabó. Al menos por ahora.
un par de videos en la red, varias entrevistas y una cantidad significativa de pormenores de la vida en prisión la cuenta se acabó. Al menos por ahora.
La cuenta @internoreno, que
provocó insondables cuestiones sobre la vida en reclusión hasta convertirse en
un fenómeno mediático, es también una demanda de auxilio. La granja-penal de
Tegucigalpa, en Honduras (donde hubo casi 400 muertos a causa de un incendio y
la negligencia de los custodios), y los 33 fugados y cuarenta muertos en el
penal de Apodaca, en Nuevo León no hacen más que confirman la gravísima
problemática de la vida en reclusión. De nada sirven las declaraciones
—lavamanos— de Gabriel García Luna o el anuncio del presidente Felipe Calderón
de la construcción de nuevos reclusorios. ¿Servirá de algo el llamado de
Amnistía internacional a investigar los asesinatos en los penales?
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